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‘Lo más importante que le ha sucedido a la música vallenata pasó en Bogotá’

Por: Antonio Medrano

A sus 70 años, el boyacense Alfonso ‘Poncho’ Cortés creía que lo había hecho todo, al menos en materia de vallenato. Fue cantante, pero sobre todo acordeonero. Grabó discos (fue de los primeros músicos del interior en medírsele a una grabación tradicional del género cuando su discografía aún estaba empezando), parrandeó con los grandes, desde Luis Enrique Martínez hasta Alfredo Gutiérrez. Ha sido jurado de festivales vallenatos a lo largo y ancho del territorio nacional e incluso ha concursado.

Fundó un Templo del Vallenato –destino escondido de todo amante sincero de esta música y su historia– en su finca de Silvania, en Cundinamarca, y un museo dedicado al folclor en el barrio J. Vargas de Bogotá.

Le faltaba escribir un libro. En vísperas del reciente Festival de la Leyenda Vallenata, Cortés presentó en Valledupar el libro que por años tuvo en su mente y que escribió finalmente durante el confinamiento. Se titula ‘El vallenato en Bogotá, su redención y popularidad’.

Sacó 300 copias, ha vendido 200 y va para la segunda edición. Cortés dice que ahora sí lo ha hecho todo por defender una música que marcó su vida personal y le ayudó a superar varios dolores de su infancia.

El vallenato se le metió en las entrañas de tal manera que, buscando explicación a su afición, llegó a indagar en su árbol genealógico si había algún gen costeño. Pues nació en Villa de Leyva, mucho antes de que el vallenato fuera una insignia del país. Cortés no encontró nada en sus genes, pero el vallenato está en su historia.

“La idea fue escribir mis memorias sobre temas que considero de suma importancia”, dice Cortés.

Sin embargo, antes de sus memorias, hay varios capítulos del libro que documentan historias poco conocidas del vallenato: revela biografías de acordeoneros anteriores a Francisco ‘el Hombre’, ilustra por qué llamamos juglares a los antiguos vallenatos y descubre por qué los cuatro aires, puya, paseo, merengue y son, se convirtieron en emblema de diferentes etapas de esta música.

Después de esa antesala llega a la premisa del libro, la conclusión que le han dado 60 años de folclor: “Mi conclusión es que lo más importante que le ha podido suceder a la música vallenata en su historia ocurrió en Bogotá y no en otro lugar”.

Ellos comenzaron a aceptarlo, le quitaron la ropita harapienta y lo vistieron de gala para que fuera aceptado en Bogotá

Lo dice con argumentos y recuerda que la misma Consuelo Araújo Noguera, la ‘Cacica’, decía que el folclor del Valle de Upar no habría llegado tan lejos si no hubiera habido un impulso desde la élite bogotana.

“Ahí es donde me adorno y argumento sin temor sobre el movimiento sociocultural y político que se gestó desde comienzos de los 60 en Bogotá, con las esferas de la élite, lideradas por Alfonso López Michelsen, Rafael Escalona, Hernando Molina Céspedes. Y cito una treintena más de personas que ejercían altos cargos políticos o eran industriales o gente de la farándula que hicieron que la atención de la sociedad se fijara en el vallenato, una música que era rechazada y repudiada en su lugar de origen. Ellos comenzaron a aceptarlo, le quitaron la ropita harapienta y lo vistieron de gala para que fuera aceptado en Bogotá y el resto, hasta convertirse en una música internacional”.

Cortés vivió su niñez en el barrio Quiroga, en Bogotá. Su encuentro con el vallenato se dio cuando tenía 11 años. «Desde ese momento, empecé a leer todo lo que encontré para tratar de entender la fuerza cautivadora y atrapadora de ese folclor”, recuerda.

Dice que el primer vallenato tocado de forma ortodoxa, se lo escuchó a Aníbal Velásquez. “Hoy lo asocian con la guaracha, pero comenzó con el vallenato -explica-. Hizo la primera versión de ‘La casa en el aire’, pero no quiso competir con Luis Enrique Martínez, Alejandro Durán o Andrés Landero. Y como tenía vena currambera e inclinación por lo cubano, creó su propio estilo, con el que le fue de maravilla”.

Cortés oyó otros vallenatos antes, pero no tan raizales. “Había oído a Julio Torres, un bogotano que pasó toda su vida queriendo conocer el mar. A sus 21 años buscó un acercamiento a casas disqueras y batió los récords de la época. Pero el 30 de diciembre de 1950, Torres fue a conocer el mar y se ahogó en la primera zambullida”. Esas historias fueron quedando en su memoria, desde niño.

Así llegó Cortés al vallenato

Soy hijo natural. Cuando nací era casi delito. Mi madre tuvo que fajarse para que no le vieran la barriga

“Soy hijo natural. Cuando nací era casi delito. Mi madre tuvo que fajarse para que no le vieran la barriga –dice de una de las “taras” con las que creció y que el vallenato le ayudó a conjurar–. Por mi origen, crecí un poco aislado, pesimista por la suerte que me tocó”, revela.

La música llegó a su vida cuando un carro anunció por las calles del Quiroga que se buscaban niños para integrar el coro de la parroquia. “Yo pensaba que era la primera vez que veía un carro con altoparlante, cuando mi mamá me dijo: ‘Mijito, vaya, que usted canta bonito’. Fue la primera noticia grata de mi infancia. Me vincularon como solista”.

Una de sus hermanas tuvo un novio costeño. “Él llevaba serenatas –recuerda–. Mientras ella se ponía la almohada en los oídos, yo pegaba el oído a la puerta, escuchando la caja, el acordeón y la guacharaca. El novio se me acercó, yo tenía 12 años, y me preguntó por qué era tan silencioso y triste. Le conté que era hijo natural, y él me dijo: ‘Yo también, no sea pendejo, en la Costa somos más los hijos naturales’. Me abrió los ojos. Y empecé a preguntarle por su tierra, por su gente. Me dio por vestirme como él, le robaba la María Farina, me la echaba a escondidas. Aún la uso”.

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